02/08/2020

Por José Luis Ibaldi VOLVER

Disfrutar los pequeños grandes momentos

Llevo 142 días de cuarentena y después de revisar y acomodar la biblioteca, ahora estamos arremetiendo con mi esposa las cajas llenas de libros que están en un desván, buscando vaya a saber qué cosa. Lo importante es seguir consumiendo tiempo y energía, y pensando que alguna vez llegará el preciado día en que San Alberto y San Axel, con el visto bueno de Santa Cris de los Chorros, nos digan a que podemos salir de la cucha.

En esas búsquedas de nada, siempre nos encontramos con algo... Por ejemplo, me encontré con un trabajo que escribí sobre la rama Lobatos, del movimiento scout, realizado en 1982, y que creía haber perdido. También tropecé con el libro "Cuentos de la Selva", de Horacio Quiroga, edición 1968, y con una revista, denominada "Prisma 70", que fue editada por la camada de la primera promoción de Peritos Mercantiles de la Escuela Secundaria "Doctor Adolfo Alsina" de mi querido pueblo de Saavedra.

Me emocionó volver a leer aquellas casi amarillentas páginas de "Prisma 70", y descubrir en ellas a muchos de aquellos jóvenes que se asomaban, con un diploma de Perito Mercantil a un nuevo mundo que les abría las puertas. Por entonces, la universidad y la búsqueda de empleo era un desafío, pero nada que fuera imposible.

En esa revista escrita en stencil -una plantilla escrita por una máquina de escribir sin cinta, y a la que, pasada a una máquina rellena de una tinta especial, realizaba duplicaciones del original- los noveles egresados desgranaron poesías; visitas realizadas durante el año a distintos establecimientos industriales de la zona; risueñas semblanzas de la venta de sándwiches a las 10 horas en punto, de lunes a viernes, en el patio de la escuela secundaria, y que consistía de "un felipe con olor a fiambre"; el concurso ganado en Puan sobre el "Martín Fierro", después de haber dejado en el camino a los representantes del Instituto "Niño Jesús" de Pigüé y al Instituto Agrotécnico de Darregueira; el listado de alumnos que no registraban inasistencias y los promedios más altos de la escuela, por nombrar algunos de los artículos contenidos.

Confieso que alguna lágrima rodó por mis mejillas al leer nombres de algunos alumnos que ya no están entre nosotros, y cuyas palabras escritas reflejan sensaciones, sentimientos, realidades, sonrisas de una época ya pasada, pero que, en mi caso, me trae recuerdos imborrables de aquellos años en que era un adolescente cursando segundo año y que miraba con admiración a aquellos que iban a ser la primera promoción de Peritos Mercantiles.

Muchos de ellos eran hijos de chacareros, de ferroviarios, de comerciantes del pueblo y de la zona cercana. En suma, hijos de esforzados trabajadores que se ilusionaban con dejarles "un título" y una posibilidad de abrirse paso en la vida.

Recuerdo que eran tiempos en que todavía había tiempo para todo: para estudiar; trabajar; dormir la siesta; ir al cine teatro Español; jugar a la pelota en los potreros; salir de excursiones hasta el arroyo que pasaba cerca del galpón de máquinas del ferrocarril; de reunirnos los sábados en alguna casa para realizar los recordados "asaltos", donde los amigos que se encontraban para bailar y todos cooperábamos con la anfitriona llevando las gaseosas y los sándwiches, además de algún atado de cigarrillos que habíamos comprado a escondidas.

Eran tiempos en que los olores y sabores de las comidas familiares tenían ese "que se yo" que las hacía diferentes. Hasta las flores tenían un exquisito perfume, que hoy ya no percibimos...

Gracias a la revista artesanal "Prisma 70" se esfumaron -como por un pase de magia- los 142 días de encierro, porque me transportaron y me hicieron revalorar el pequeño lugar, sagradamente impregnado de humanidad.

Recuerdo de memoria un párrafo de un libro de Ernesto Sábato que dice: "El latido de la vida exige un intersticio, apenas el espacio que necesita un latido para seguir viviendo, y a través de él puede colarse la plenitud de un encuentro, como las grandes mareas pueden filtrarse aun en las represas más fortificadas". Así me sentí reencontrándome con un recuerdo, un soplo de vida pasada que me hizo olvidar el presente por un instante. Seguramente ustedes, los oyentes, habrán tenido en esta extensa cuarentena algún soplo de vida instantáneo al reencontrarse con un objeto, una carta, una foto. Si se les ha caído alguna lágrima, disfrútenla. Significa una oportunidad de reencontrarnos a nosotros mismos en medio de la orfandad y la vertiginosa velocidad que producen los cambios. Aprendamos a disfrutar de estos pequeños grandes momentos de nuestra existencia.

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