31/05/2020

Por José Luis Ibaldi VOLVER

No tenemos instituciones

Buena parte de los políticos argentinos son especialistas -y de ello pueden dictar Masters y Doctorados- en cubrirse rápidamente de sus trapisondas buscando culpables reales o imaginarios, o encubriendo sus aviesas intenciones detrás de algún fenómeno que pase cerca, en este caso, el ya famoso Coronavirus.

El Peronismo -con todas sus acepciones-, que gobernó y gobierna a la mayoría de las provincias, pero muy especialmente la de Buenos Aires, durante gran parte del nuevo período democrático iniciado en 1983, por ejemplo, descubrió, y gracias a este microscópico virus, que existen Villas de Emergencia que están super pobladas y que no tienen servicios esenciales. Bueno es recordar que uno de los denominados Barones del Conourbano, Juan Zabaleta, señaló hace un año atrás que "el asfalto no se come", y será por eso que también las Villas no tienen agua ni cloacas, servicios básicos y esenciales que hoy las hacen blanco fácil de esta pandemia sanitaria.

Esta Blitzkrieg (guerra relámpago) del Covid-19 en el mundo, y en nuestro país en particular, continúa tocándole la cola a los políticos, porque sigue destapando los pozos ciegos que sembraron entre los más necesitados, a los que sólo se los nombra -pero no hace nada- cuando los precisan con su voto cada dos años o cuando hay masivas movilizaciones, para llenarlos de mentiras y conformarlos con choripán y un vaso de cerveza en el mejor de los casos.

¿Por qué llegamos a esto? Voy a responder algo obvio, por si no se dieron cuenta: faltan instituciones que funcionen. Los tres Poderes de la Nación y de las Provincias no responden a la visión y misión con que originalmente fueron creados. Los vasos intercomunicados que poseen están viciados, corrompidos, además de ser ineficientes y paquidérmicos. Sus integrantes no piensan en el tiempo transitorio que les toca desempeñar y, por lo general, se desperdician los años en disfrutar del poder sin gobernar y creando las expectativas de continuar, con la única finalidad de mantener a los adherentes leales a sus personas.

La sensación constante de que las instituciones no están del lado del ciudadano es cuando nosotros, los contribuyentes, somos percibidos como una molestia y no como verdaderos mandantes en cualquier ventanilla pública. Allí descubrimos, por primera vez, que el Estado no está para servirnos, sino para servirse de nosotros, los ciudadanos. El tiempo perdido, el maltrato, la coima para acelerar la acción burocrática, no son más que muestras de una realidad que nunca ha de mejorarse.

El Estado es el patrimonio personal de quien gobierna. A nivel nacional, lo hemos experimentado muy claramente entre el 25 de mayo de 2003 y el 10 de diciembre de 2015. Hay más, en muchas provincias argentinas esta figura se replica a modo de feudo. Allí, como en algunos municipios, tal el caso del Conourbano bonaerense, gobernadores e intendentes se mueven como verdaderos señores feudales. ¡Un verdadero asco!

Pero lo más repugnante es la Justicia -con sus excepciones contadas con los dedos de una mano-, que debería estar fuera de ese territorio mezquino y grosero de la transa y la corrupción. Es ominoso observar cómo personas del derecho, con capacidad, o miembros de los Tribunales federales o provinciales que deambulan haciendo lobby, arrastrándose y haciendo favores a gobernantes acusados, dejando como resultado un olor nauseabundo en un poder que ya está muy alejado de las honras y capacidades que deberían rodear a quienes forman parte de él.

Frente a esta Justicia, los ciudadanos de a pie estamos como los hermanos de las villas de emergencia: desprotegidos y sin esperanzas, porque está herido de muerte el poder que debe poner equidad y credibilidad a la República.

De cara a este sucinto cuadro de la realidad, es claro que tampoco hemos tenido contrapesos fuertes por parte de una oposición que claramente represente una opción de cambio, pues no es más que una comparsa decadente que las contadas veces que ha sido poder ha demostrado los mismos vicios y limitaciones del actual partido gobernante. Los pocos políticos que poseen catadura moral son ahogados en sus reclamos debido a una Justicia corrupta y aplastados por las operaciones clandestinas del resto de los poderes.

No hay dudas. Estamos descendiendo al Infierno tan temido. Nosotros hicimos posible este averno con nuestros silencios cómplices, con nuestro voto-cuota, no participando y haciendo de la anomia una religión sagrada, con nuestra falta de compromiso, con nuestros endebles valores, bajando la cabeza cuando tuvimos que mantenerla erguida, dejando que nos roben a cuatro manos nuestra esperanza de ser una República.

No es momento de lágrimas, pero tampoco de esperanzas si no asumimos esta paupérrima realidad y que no somos ricos, ni geniales para las crisis, ni unos vivillos. Somos los Ignorantes, tan bien definidos por Jacinto Benavente, que tendremos que volver al principio para dejar de serlo. El camino no será fácil, pero hay que intentarlo por nuestros hijos, por nuestros nietos y por las generaciones que vengan. No nos queda mucho tiempo, no lo desaprovechemos.

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