24/05/2020

Por José Luis Ibaldi VOLVER

Los ignorantes Atlas

Los escritos de Homero y Hesíodo nos hablan de un gigante poderoso, responsable de sostener los cielos con sus grandes manos y sus fuertes hombros. Su nombre es Atlas, el portador, un joven titán al que Zeus condenó a mantener la tierra separada del cielo por toda la eternidad.

Sin tanta pompa mitológica griega, y sí arrimados a la decrépita realidad argentina, una buena parte de los integrantes de esta sociedad nos sentimos como Atlas, sosteniendo sobre nuestras ajadas manos y nuestros cansados hombros, la carga de un Estado ineficiente, paquidérmico, corrupto desde los estamentos más bajos hasta los más encumbrados del poder, depredador de las buenas prácticas, gastador y recaudador compulsivo, corruptor de la independencia de Poderes, por nombrar algunas de las "virtudes" que lo adornan y que a nosotros mucho nos pesa muchísimo y desde siempre.

Estamos en las vísperas de los 210 años de la Revolución de Mayo, pero no hay nada que celebrar cuando en la Argentina del siglo XXI se sigue tomando el hambre y la necesidad para cosechar votos y producir miseria en cantidades millonarias, y los gobernantes de turno se desgarran las vestiduras ante las consecuencias que podría traer la pandemia en los más de, por ejemplo, 1.656 barrios populares que existen en toda la provincia de Buenos Aires, donde 952 están ubicadas en el Conourbano bonaerense, y el distrito con más villas es La Matanza, lugar de donde proviene la actual vicegobernadora.

La marginalidad de un Estado que no sabe administrar los recursos y, peor aún, los roba y/o malgasta, ha llenado los discursos, pero ha vaciado los estómagos. Y peor aún, ni se preocupa ni por los necesitados de los que se aprovecha en épocas electorales y luego los tira como un preservativo, ni tampoco de los pequeños Atlas que son los que tributan los abusivos impuestos que les impone.

Si llegamos hasta aquí y en algo más de dos siglos transformamos una colonia en un país, no fue por los políticos -que por entonces, como ahora, eran mezquinos y ladinos- sino por unos pocos hombres y mujeres con condiciones excepcionales de líderes y que con poco se las arreglaron para mantener a raya a quienes nos atacaban para recuperar el Virreinato, declarar la independencia propia y ayudar a Chile y Perú a declarar las suyas, jurar una Constitución Nacional, abrir el país a todos los hombres de buena voluntad que deseaban habitar el suelo argentino, expandir la mirada hacia un horizonte infinito para llegar con nuestros productos allende los mares.

Quizás, en el día de mañana, los todos los argentinos deberíamos reflexionar sobre nuestra condición. Se dice que el dramaturgo español Jacinto Benavente, había venido a nuestro país en 1922 y recorría el país en ferrocarril visitando las ciudades del interior con la actriz Lola Membrives. En cada ciudad era interrogado sobre la Argentina. Era una obsesión develar el punto de vista de este extranjero que se había hecho tan famoso por haber ganado el Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, el escritor esquivaba contestar. Su recato, lejos de disminuir el acoso, lo aumentaba. Cuando llegó al puerto para embarcar, en el minuto previo al retiro de la escalerilla arreciaron las demandas. Entonces disparó un cañonazo: "Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino". Benavente penetró en el barco y desapareció. La única palabra que se construye con las letras de argentino es ignorante.

¿Será por eso que aún somos unos dóciles Atlas sosteniendo por toda la eternidad a quienes desde siempre nos vienen ignorando y ninguneando?

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